El Tigre de Tasmania (Tilacino)

El tilacino o tigre de Tasmania fue perseguido y masacrado por el hombre europeo porque le recordaba al lobo con el que casi acabó también en su propio continente.

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Los diablos desaparecieron de la Australia continental, encontrando un refugio hasta nuestros días en las boscosa Tasmania; pero otro matador marsupial mucho más grande, esconde su quimera entre los libros de zoología y las selvas de esta isla. El último fue cazado en 1930, y desde entonces nadie sabe  nada más de él. En 1982, un guarda del Servicio de Parques de Tasmania, aseguró haber visto un tilacino vivo desde su coche en un lugar que se ha mantenido en secreto.
Es el tilacino, también conocido como  tigre de Tasmania o lobo marsupial.  Un cazador solitario de canguros que agotaba a sus presas persiguiéndolas tercamente hasta que se le entregaban.

El tilacino fue perseguido y masacrado por el hombre europeo porque le recordaba al lobo con el que casi acabó también en su propio continente.  Como siempre, la obstinación asesina del blanco dirigió su escopeta hacia ese cánido... o lo que fuera.
Todo empezó cuando en 1803 se produjo la primera gran  migración de colonos para instalarse es estas tierras.
Para la mayoría de ellos Australia era un mundo de segundo clase al que tenía derecho a explotar sin remordimientos para  enriquecerse lo mas posible y volver a casa.
John MacMurray es nieto de los que se quedaron, y aún sigue aquí.

Sus antepasados cortaron los bosques, establecieron granjas y lo que es peor, trajeron a sus animales domésticos, tan distintos a los nativos: mamíferos placentarios agresivos unas veces, e inadaptados otras.
Los marsupiales australianos que habían evolucionado aislados durante más de 50 millones de años, se vieron agobiados por vacas, ovejas, cerdos, caballos, cabras... y perros.
El conflicto estaba servido; muy pronto los granjeros acusaron a los tilacinos de ganado que mataban los perros asilvestrados y las enfermedades.  La calumnia fue creciendo, y en poco tiempo toda  escopeta sabía ya quien era el culpable de todo lo malo que ocurriera en su granja: las enormes fauces del lobo marsupial.

Comenzó la guerra, los cazadores mataban tilacinos y se fotografiaban con sus cadáveres mientras abrazaban a los auténticos causantes.
Nadie parecía darse cuenta de que estaba desapareciendo una especie singular que ni siquiera estaba descrita para la ciencia.
Las pieles de tilacino se pusieron de moda en Londres para confeccionar chalecos de caballero, mientras  los últimos ejemplares de la herencia predadora de Gondwana se pudrían en jaulas cutres de zoológicos en  los que nadie los miraba por sus costumbres nocturnas.
La maravilla evolutiva se fue con la extinción como abogado de oficio.
Sin embargo, la llegada del hombre blanco no fue la única causa del ocaso de los tilacinos.
Cincuenta mil años antes habían llegado los antecesores de los aborígenes australianos desde Asia: fueron bajando hacia el sur a lo largo de muchas generaciones.
Sus pinturas nos hablan de un profundo sentido de afinidad con las criaturas  de su tierra, de una reflexión acerca de su lugar entre ellas.  Los aborígenes cazaron siempre a los tilacinos entre otros muchos animales, pero alcanzando un equilibrio con ellos sin exterminarlos.

El fuego era utilizado por ellos aclarar la maleza ayudándoles en la caza, y con él cambiaron el paisaje de Australia.
Las llamas aborígenes eran su templo tribal y su centro espiritual.
Convivieron en cierta armonía con su entorno, pero cometieron el mismo error que los hombres blancos mucho después: trajeron con ellos a sus mejores amigos.
Los perros traídos por los aborígenes pronto se asilvestraron dejando a sus amos para cazar solos compitiendo con los tilacinos.

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