En el interior de las selvas de Costa de Marfil se encuentran los puentes de los espíritus. Se trata de puentes hechos con lianas que son construidos por los entes sobrenaturales del bosque.
Gran parte de la mitología de los dan nace en el corazón de la jungla, en estos intrincados bosques llenos de vida, donde moran sus divinidades y donde la naturaleza se funde con la magia. Los dan siempre han respetado y venerado su entorno natural como algo sagrado, por ser la génesis indiscutible de su cosmogonía. En el interior de este mundo verde se encuentran los puentes de los espíritus.
Pero este no es un trabajo humano. Son los propios entes sobrenaturales del bosque los que confeccionan estos puentes para facilitar el camino a los hombres que viven en su interior. Cientos de lianas, las resistentes tripas de la selva, son entretejidas en la oscuridad de la noche por los espíritus. Al amanecer un nuevo puente une las dos orillas de un río o salva un pronunciado desnivel.
Nadie sabe ni como ni cuando se construyen. Pero para ellos son sagrados porque están hechos con lianas y todo lo que sale del bosque es sagrado, por eso se descalzan para cruzarlos con el máximo respeto.
El jefe de la sociedad secreta de los iniciados, como responsable espiritual del pueblo, es el guardián del puente. Él es el que decide cuando se tiene que dejar de utilizar. Ningún puente dura más de un año, porque las lianas van perdiendo su elasticidad y se vuelven frágiles y quebradizas. Entonces se destruye. Al amanecer, la gente llega al río y ve que el puente ha desaparecido tan misteriosamente como apareció. Desde ese momento los sabios se reúnen con los iniciados para invocar a los espíritus y pedirles otro puente.
No existen en su construcción elementos ajenos a la naturaleza, como clavos, cuerdas o tornillos, tan solo lianas y troncos sabiamente trabajados.
Sólo los iniciados saben como y cuando se construye un puente. El jefe espiritual, también encargado de realizar los sacrificios y las ofrendas, es el que asigna y supervisa los trabajos. Durante esos días nadie que no sea iniciado puede acercase a la zona ni entrar en el bosque.
Trabajan en estado de trance, poseídos por los poderosos espíritus de la jungla. Cuando las lianas están preparadas, el tam-tam suena hasta el anochecer para alertar a todo el mundo. Si alguna mujer, o alguien ajeno a la sociedad secreta, sorprendiese a los iniciados trabajando, moriría en el acto.
Esa noche la gente se encierra en sus casas. Nadie se atreve a salir. Los extraños sonidos que proceden del rió les atemorizan, saben que son los poderosos entes sobrenaturales de la selva que están trabajando para ellos. Al amanecer, un nuevo puente será consagrado.
La educación de los dan consiste en un largo proceso que finaliza con la muerte.
A través de aceptar las responsabilidades y asumir un papel en vida, llegan a alcanzar la sabiduría. La máxima institución es el Gor o Sociedad Secreta del Leopardo, encargada de velar por la justicia y por el respeto a las máscaras. Tienen el poder de sancionar y castigar a los que no cumplan con los preceptos y códigos tradicionales.
Las máscaras dan, intervienen en todos los ordenes de la vida. Sirven de puente entre la esfera física del poblado y la espiritual del bosque. Quizás la más importante sea esta de los zancos llamada Glegben. Se trata de una máscara de justicia y es muy venerada. Siempre que sale, una iniciada elegida por la sociedad de mujeres la acompaña imitando sus movimientos.
Cuando hay algún litigio entre dos familias o entre varios individuos de la comunidad, la máscara Glegben imparte justicia. Sus decisiones son siempre acatadas sin discusión.
Según vaya ataviada la máscara y por los colores que luzca, todos sabrán en el instante de aparecer, cual será el talante que mostrará el espíritu ese día: El color rojo significa poder, el blanco serenidad. Las plumas negras fiereza y los gorros de rafia fuerza.
Sus exhibiciones de equilibrio y destreza sobrecogen el animo de los presentes, que reconocen en estos lances la poderosa magia del más allá.