En tbilisi, capital de Georgia, se puede disfrutar tanto de un baño con aguas calientes sulfurosas como de los festivales folkloricos con bailes típicos georgianos.
Tbilisi, fundada como ciudad-fortaleza en el siglo V, es la capital de la nación, su ciudad más grande y objeto de admiración de personajes como Tolstoi y Alejandro Dumas. Por ser un estratégico cruce de caminos entre Europa y Asia la invadieron persas, bizantinos, árabes, turcos, mongoles y bolcheviques sin que nadie haya podido borrar la enérgica creatividad artística de un pueblo que concibe la danza como expresión de la identidad caucasiana.
Cada rincón de Tbilisi es sugestivo; su efervescente hechizo se propaga por esta metrópoli segura y hospitalaria ya que los visitantes son un “regalo de Dios”. La evolución de la capital georgiana es muy superior al resto de los núcleos urbanos y zonas rurales del país; Tbilisi es un modelo de armonía donde se conjugan la huella clásica con el modernismo arquitectónico Art Nouveau y el cultivo de las más refinadas disciplinas estéticas.
Bajo la fortaleza de Narikala, en el distrito de Abanotubani, se hallan los baños públicos del siglo XVII. Poseen el don natural de las aguas sulfurosas como bien observó el rey Vakhtang cuando decidió fundar la ciudad de Tbilisi que en un principio se llamó Tpili, antigua palabra georgiana que significa “agua caliente”.
Cerca de los baños de sulfuro hay un conjunto de edificios que simbolizan la tolerancia del país, la única del Mezquita mundo en la que rezan juntos sunitas y chiitas; la Gran Sinagoga de los judíos que frente a la invasión turco-otomana de la ciudad de Akhaltsikhe se instalaron en Tbilisi a finales del XIX; la “Sioni” o Catedral ortodoxa georgiana de la Dormición, sede de los Patriarcas Catholikós de Georgia hasta la consagración de la “Sameba” o nueva Catedral de la Santísima Trinidad; la Iglesia armenia de San Jorge, en cuya entrada está enterrado el poeta Sayat-Nova, llamado “rey de los cantares”; y la Iglesia católica de la Asunción.
Finalizada la vendimia, en los distritos viticultores se celebran emotivos festivales folklóricos en los que se exterioriza la sociabilidad, el optimismo, la desbordante alegría de vivir en un país próspero y abierto, el apasionado orgullo nacional y la tendencia del pueblo georgiano a presumir en público de sus señas de identidad. Sus danzas, llenas de coraje, dejan un recuerdo imborrable.