Desde el principio de los tiempos los seres vivos aprendieron pronto que los sonidos constituyen un vector de comunicación extraordinario.
Los elefantes africanos emiten un amplio repertorio de vocalizaciones para comunicarse entre sí, pero una de ellas es especialmente interesante. Se trata de llamadas de frecuencia muy baja o infrasónicas que no pueden ser percibidas por el oído humano. Estas señales infrasónicas tienen una longitud de onda más larga que los sonidos de alta frecuencia, de forma que no se ven afectados por obstáculos como hojas o pasto. Por ello son muy adecuadas para comunicarse a grandes distancias.
En la sabana o en la selva, los elefantes pueden oír un barrito o trompeteo fuerte sólo a unos cientos de metros, mientras una vocalización infrasónica es audible por otro elefante a varios kilómetros de distancia.
Estas llamadas son muy útiles cuándo una hembra entra en celo, puesto que esto ocurre solo tres días cada cuatro años. Dado que machos y hembras viven separados a menudo por kilómetros, los sementales oyen la llamada y tienen el tiempo justo para llegar hasta la hembra antes de que sea tarde.
En África, los clanes humanos pronto encontraron también un sistema eficiente de hacer llegar las llamadas a larga distancia. La percusión de tambores es capaz de transmitir mensajes sorprendentemente complejos a muchos kilómetros a través de la selva o la llanura.
Pero sobre todo se utilizó siempre para hacer llegar una llamada o un anuncio importantes que no pueden ser ignorados por ningún miembro por lejano que esté; guerras, bodas o reuniones, nadie puede aducir que no se enteró si el mensaje lo envían los tam-tam.
La percusión es un sistema utilizado también en la Isla de Nueva Guinea así como en muchas otras de Indonesia.
El ritmo y la cadencia informan de la proximidad de una importante ceremonia de iniciación a la que deben acudir representantes de poblados vecinos.