Cuba | Aves

El manglar ofrece grandes ventajas a multitud de aves, especialmente a las que se alimentan de peces.

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En un mundo rodeado de agua los mangles ofrecen unas atalayas donde poder nidificar sin temer a los grandes predadores terrestres y por todas partes hay peces, invertebrados y pequeños reptiles con los que alimentar a los pollos, así que al llegar la temporada de cría los mangles se adornan con infinidad de nidos.
Para las micterias americanas las copas de los mangles son refugios inexpugnables donde custodiar a sus pollos.
Aquí no tienen predadores y hay alimento permanentemente de forma que en cada puesta pueden sacar adelante a más pollos que en las colonias de cría continentales.

En una aparente paradoja este ecosistema, que parece al límite de lo ecológicamente concebible, se empieza a descubrir como un mundo rico y diverso donde animales y plantas se desarrollan por millares sin la interferencia acostumbrada del hombre. 
Este es un mundo intermedio surgido de las aguas del mar y de los ríos interiores; un mundo híbrido que exige adaptaciones osmóticas importantes, pero en compensación ofrece cobijo y alimento casi inagotables. La mezcla de aguas dulces cargadas de nuevos nutrientes y las saladas que precipitan los sedimentos favorece el incremento de invertebrados y peces y esto convierte las austeras marismas y ensenadas del manglar en un lugar de cita para millares de aves acuáticas que acuden a diario a darse un festín.
En las aguas de cayos e islas cubanas donde crece el mangle se dan cita más de un centenar de especies diferentes de aves, la mayoría armadas de largas patas zancudas.
Cada especie tiene su pico especializado en la captura de un determinado tipo de presas con lo que la competencia entre ellas se minimiza. 
Este, el pelícano alcatraz, el único pelícano estrictamente marino, utiliza la técnica del picado para capturar peces desde el aire.
Otros son mucho más sofisticados y cuentan con picos prodigiosos resultado de millones de años de adaptaciones enfocadas a filtrar el agua.

Ningún otro pico del manglar puede compararse al de los flamencos.
Atraídos por los crustáceos microscópicos que proliferan en las aguas salobres, miles de ellos acuden a los manglares. 
Su extraño pico está armado de barbas filtradoras con las que retiene  los diminutos crustáceos del agua y sus patas zancudas y palmeadas les permiten andar fácilmente sobre el limo viscoso del fondo.
Hace apenas unas decenas de años los flamencos eran muy numerosos en Cuba pero el hombre acabó con la mayor parte de sus colonias de cría y los últimos exponentes se esconden hoy en los manglares de la isla grande cuya inaccesibilidad se ha convertido en su seguro de vida.
Al atardecer grandes bandos de aves mueven la quietud reinante en la periferia de los manglares.
La parte externa de este inhóspito ecosistema, allí donde se reúnen las aves acuáticas a comer, es la más conocida y tumultuosa del manglar. Es un área abierta y expuesta donde las aves se pueden ver fácilmente, lo que llevó a creer en un principio que era el lugar donde se concentraba la mayor parte de la fauna de los manglares.
Pero el interior intransitable del laberinto del mangle esconde tímidas y fascinantes sorpresas.

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