Los dingos son los mayores carnívoros terrestres de Australia, atacando desde a los grandes canguros, hasta los tercos uombats, pasando por lagartos y pequeñas presas
Con todo, el desastre total para nuestro lobo marsupial, sobrevino hace unos tres mil años con la aparición de su peor enemigo: el dingo.
Nadie sabe como llegaron a Australia, pero son auténticos cánidos descendientes de los lobos asiáticos. Su poder es la familia porque cazan en grupos organizados y paren grandes camadas de cachorros.
Los tilacinos, solitarios y menos prolíficos, sufrieron no solo la competencia por los mismos recursos, sino la caza directa por parte de las hordas de los nuevos perros amarillos.
Desde entonces, los dingos son los mayores carnívoros terrestres de Australia, atacando desde a los grandes canguros, hasta los tercos uombats, pasando por lagartos y pequeñas presas.
Cuando las primeras ovejas llegaron a Australia, ellos ya estaban aquí, y sus matanzas fueron también endosadas al ya de por sí negro expediente de los tilacinos.
Hoy los dingos siguen siendo un problema, hasta tal punto, que se ha construido la mayor valla del mundo para separarles de la oveja; una alambrada de 3307 millas de largo.
La fuerza ecológica del dingo es la de todos los cánidos salvajes: es capaz de adaptarse a casi todo. Las manadas grandes pueden disolverse si es necesario, convirtiéndose en merodeadores solitarios como éste.
Ninguna proteína es desperdiciada, y cuando un dingo encuentra un cadáver, simplemente se lo come como un carroñero más.
En una tierra llena de escopeteros como lo era la Australia de los primeros colonos blancos, este era un recurso abundante.
Al parecer, los tilacinos no solo no consumían carroña, sino que abandonaban los cadáveres cazados por ellos mismos tras la primera comida.
De modo que entre los perros asilvestrados, los ganaderos y los dingos, el único lugar en el que un tilacino está a salvo es éste: la vitrina de un museo.
Al menos nos quedan estas viejas imágenes de los últimos ejemplares cautivos de esta joya zoológica.
Cuando este especimen que vemos murió en 1936, el Gobierno de Tasmania declaró protegida la especie... pero era el último.
El tilacino fue protegido y extinguido el mismo día.
Desde entonces zoólogos de medio mundo tratan de encontrar alguno vivo en las recónditas selvas orientales de Tasmania. Marcas de sus enormes y peculiares fauces han querido ser vistas en cráneos de ovejas muertas, pero lo cierto es que la leyenda continúa.
Tantos cambios, tantas invasiones sufridas por la tierra de los marsupiales, fueron desastrosas para algunos como ya hemos visto.
Sin embargo la desaparición de masas boscosas a favor de los campos abiertos, la diversificación de los pastos enriquecidos por especies herbáceas nuevas y la instalación de bebederos para el ganado, han favorecido el éxito poblacional de otros animales como wallabies y canguros.
Como era de esperar, con tantos canguros comiendo hierba por ahí, los ganaderos no tardaron en enfadarse y sacar las escopetas de nuevo.
Fuera de reservas, la mayoría de los canguros viven en tierras privadas, donde a pesar de la protección legal es muy difícil evitar el furtivismo.
Muchas voces dicen ya a los ganaderos que porqué matar canguros para criar ovejas que pasan a formar parte de los excedentes mundiales de lana y carne, cuando lo en realidad rentable sería criar los propios canguros.
Pueden parecernos adorables, y de hecho lo son; pero para un ganadero son ratas gigantes; hay demasiados y se comen la hierba destinada al ganado.
Además, la escopeta no es el único modo de matarlos. La Australia moderna pasa factura también a los hijos de Gondwana. Grandes llanuras, carreteras rectas, y velocidad excesiva.
Con la noche por aliada, los faros deslumbrantes hacen el resto, y el resultado “salta a la vista”: más cuerpos muertos para que se alimenten los carroñeros.