Shelej y Suqueina celebran su boda en el desierto del sahara siguiendo la antigua tradición.
Los amigos del novio tienen que salir a buscar a la prometida, que presumiblemente, está escondida en alguna jaima. Esto es lo que se llama AGLAA, el baile del rescate, un juego tácito en el que la novia tiene que simular no querer desposarse, y para ello se esconde con ayuda de sus amigas. Con esto reafirma su pureza y castidad. Según cuentan en el pasado alguna se escondió coen tanto celo que murió de inanición bajo el inclemente sol sahariano.
Entre nervios y risas la joven novia bromea con sus amigas y primas que le dan los últimos retoques de maquillaje. Cuando ya está lista le tapan con una tela blanca en señal de virginidad.
Cansado ya de esperar Shelej decide salir a buscarla. Casi de forma violenta la novia es arrastrada a la tienda del que ya es su marido.
En la jaima, el ritmo electrizante de los tambores estimula el instinto atávico latente de los nómadas saharaui que bailan danzas desaforadas no exentas de contenido sensual.
Cuando los novios están bajo la misma jaima se consideran que ya son esposos. Entonces los invitados se desinhiben y bailan durante horas danzas sumamente eróticas.
La joven esposa de Shelej permanece sentada al lado de su marido con la cabeza cubierta por un paño negro, en señal de que ha abandonado la soltería.
El baile de estos nómadas destila el afán irrenunciable de encontrarse algún día en un Sáhara libre de la ocupación extranjera. A través de la boda se busca la perpetuación de la estirpe, la persistencia de la memoria.