Los elefantes de Kenia se encuentran en peligro por la demanda de marfil de los paises asiáticos.
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Un elefante yace en el interior del Parque Nacional Amboseli, en el sur de Kenia.
Los guardas del parque se encargan de extraer sus colmillos. Es una medida que evita el tráfico ilegal de marfil, un comercio que hasta su prohibición en 1.989, movía el 80% de los colmillos vendidos en el mundo.
La demanda de los países asiáticos es una amenaza permanente para los elefantes que sólo se ha visto frenada cuando se ha prohibido de forma tajante su comercio. Aún así ésta es una guerra inacabada donde se han ganado importantes batallas pero en la que el enemigo no baja la guardia. Países como Zimbabwe, Sudáfrica, China y Corea del Sur presionan para que se les permita vender sus excedentes. Pero en el momento en que una sola partida se legaliza, los furtivos aprovechan e invaden el mercado con colmillos obtenidos en matanzas ilegales.
El caso de los elefantes es el mejor ejemplo de la lucha por la supervivencia de las especies amenazadas. Son gigantes pacíficos, pero su tamaño y su compleja estructura social se han convertido en su desgracia.
En una tierra de recursos limitados las manadas de elefantes confinadas en áreas restringidas pueden causar una terrible devastación.
La estación seca marca un periodo de carestía en las sabanas del este de Africa. La mayor parte de los herbívoros migran en busca de pastos a tierras más altas, siguiendo una ruta cíclica anual e inalterable.
También los elefantes hicieron lo mismo durante millares de años, siguiendo caminos que pasaban de generación en generación. Pero hoy sus migraciones les sacan de los parques y sus antiguas rutas tienen dueños que las cultivan y protegen.
Entre los masai los elefantes tienen pocos amigos. Son un pueblo ganadero que está empezando a cultivar las tierras y los elefantes consumen el pasto de sus vacas y arrasan con sus campos de cultivo.
Las nuevas generaciones han olvidado la coexistencia pacífica de siglos, el respeto que sentían sus mayores por los colosos de la sabana. Y los que antes compartían los pastos se han hecho enemigos irreconciliables.
Hoy los elefantes son, tristemente, anacronismos en un mundo donde cada metro cuadrado de tierra tiene un hombre que se lo adueña y donde sus gigantescos requerimientos alimenticios se convierten en una amenaza para huertos, ganado y poblaciones humanas. Su futuro, como el de tantas otras especies en peligro de extinción, depende ahora del mismo que le ha quitado sus tierras, que ha matado a sus hermanos para quitarles los colmillos, que le ha confinado en diminutas franjas de tierra donde sus poblaciones se aíslan y pierden su vigor genético. Este elefante herido por un masai vino a morir a un parque. Acaso buscaba las únicas hectáreas libres que les hemos dejado para encontrar, de forma definitiva, su descanso.