Huaoranis: Tribus de la Selva. 3

Los hombres y mujeres de la tribu huaorani viven aislados en la selva del amazonas fieles a sus tradiciones. Cazan con lanzas, comen monos, y se visten con lo que les ofrece la naturaleza.

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Los Huaorani son un pueblo de tan solo 1.500 miembros y sin embargo su notoriedad y significado han estado, al menos desde hace un siglo, muy por encima de su censo numérico.
En la actualidad la mayor parte de los Huaorani se asientan en las selvas que forman el Parque Nacional de Yasuní. La reserva se encuentra ubicada en la parte oriental de Ecuador, en las provincias del Napo y Pastaza, ocupando 1 millón de hectáreas de bosque húmedo tropical de la cuenca amazónica ecuatoriana.
Yasuní forma parte del llamado Refugio Napo del Pleistoceno, constituyéndose en uno de los diez lugares con mayor diversidad biológica del planeta.
El principal tributario del río Amazonas es el Napo, que tradicionalmente ha marcado la frontera natural de los territorios . Esta era, hasta hace 50 años, su patria soberana de bosques y agua. 

Aquí vivieron los Huaorani aislados y olvidados del tiempo durante siglos, dispersos en pequeños grupos o núcleos familiares. En sus territorios nunca han existido caminos ni carreteras, solo los pequeños ríos que alimentan al Napo han conectado unos poblados con otros.
En la actualidad la mayor parte de los jóvenes  de la tribu huaorani cazan con rifles y escopetas y solo los mas viejos siguen cazando con cerbatanas y flechas impregnadas de curare, un veneno altamente tóxico.
A los animales los detectan por las huellas y por el olor que dejan impregnado en el suelo, en las plantas y en los troncos; por el ruido que emiten cuando caminan o se mueven en los árboles y por los frutos que dejan parcialmente comidos.
Mientras los hombres de la tribu intentan cazar algún mono,  las mujeres permanecen en el poblado al cuidado de los  pequeños y con las faenas del hogar.
 Cuando los cazadores llegan al poblado tiran la caza al suelo que pasa a ser propiedad de sus esposas. Los Huaorani nunca guardan la carne ni saben conservarla. 

Aunque los Huaorani tradicionalmente han vivido de espaldas al río siempre se han visto obligados a pescar, sobre todo durante las épocas en que la caza escasea. No lo hacen en los ríos sino en las charcas y riachuelos que apenas tienen profundidad ya que solo los jóvenes saben nadar.
La técnica que utilizan es sencilla pero muy productiva; envenenar momentáneamente el agua. Para ello deben encontrar Barbasco, una liana  silvestre y no muy abundante que contiene unas sustancias tóxicas que eliminan el oxígeno del agua sin causar daño alguno al medio ambiente.

La  decadencia del pueblo Huaorani comenzó en 1967, cuando la compañía norteamericana Texaco  perforó el primer pozo petrolífero. Desde entonces se han construido 22 estaciones de producción, 399 pozos y más de 500 kilómetros de oleoductos con un impacto medioambiental desolador. 
A muchas jóvenes indígenas no les queda otra salida que trabajar en los numerosos burdeles ubicados a las afueras de Coca, la ciudad más cercana a los territorios Huaorani.

Coca también es el centro de distribución de las sustancias que necesitan los narcos para la elaboración de la cocaína, y lugar de descanso de las FARC, la guerrilla colombiana que tiene su cuartel general al otro lado de la frontera. 
Pero antes de la llegada de los petroleros, los Huaorani ya habían tenido varios contactos con el hombre blanco. A principios de los años cincuenta, el ILV, una misión evangélica norteamericana, comenzó a sobrevolar la selva tratando de localizar y contactar con tribus indígenas en un ambicioso proyecto de evangelización. Sus lazos de amistad los creaban desde el aire lanzándoles regalos.

A los Huaorani se les agrupó en protectorados donde sufrieron un proceso de occidentalización  brutal. Fue el comienzo de su genocidio cultural pero también el nacimiento de un mito que aun continua.
Un grupo de unos cincuenta Huaorani decidieron seguir siendo libres adentrándose aun más en la selva. Entre ellos hicieron un pacto de sangre; no volver a ser contactados nunca más. Su jefe se llamaba Taga y en honor a él, se autodenominaron Tagaeri.  Los Tagaeri ocuparon una extensión de selva muy rica en petróleo y pronto se vieron obligados a luchar contra las petroleras. 
Para evitar un baño de sangre, Alejandro Labaka, un misionero capuchino español,  decide arriesgar su vida, y contacta con los Tagaeri para buscar una solución al conflicto. 
EL 21 DE Julio de 1987, el misionero y la religiosa Inés Arango morían, acribillados a lanzazos, por los Tagaeri.

“Si tan solo pudieran dejarnos vivir de la manera que hasta ahora lo hemos hecho, nos encargaremos de seguir siendo los pilares entre el cielo y la tierra”

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