Algunos seres vivos han podido sobrevivir a las numerosas extinciones que han tenido lugar en la tierra.
En todo este camino sembrado de extinciones masivas ha habido, sin embargo, grandes supervivientes; familias, géneros y especies que han continuado su lenta evolución superando las grandes crisis a lo largo de millones de años, ya sea porque sus hábitats han permanecido estables o porque sus diseños evolutivos les han permitido adaptarse a los cambios.
El cocodrilo marino, es un superviviente del Cretácico.
Los primeros antepasados de los cocodrilos actuales aparecieron a principios del Triásico, hace 230 millones de años aproximadamente, en un mundo dominado por los dinosaurios. Eran nuevos prototipos evolutivos que iban a resultar tan eficaces y adaptables que sobrevivirían hasta nuestros días.
Los grandes cambios que provocaron la extinción masiva del Cretácico acabaron con los dinosaurios; pero los cocodrilos, sin embargo, consiguieron sobrevivir. Hoy su mundo es muy diferente de aquel de hace 80 millones de años, pero las mismas soluciones adaptativas, los mismos diseños que entonces les fueron útiles, siguen sirviéndoles en este mundo del siglo XXI.
Grandes placas protegen el cuerpo de los cocodrilos como si de una coraza se tratara.
Sus órganos, sus sentidos, su fisiología en general, es rústica, tal vez arcaica, pero los ha mantenido vivos durante millones de años.
Los primeros cocodrilianos eran carnívoros terrestres. Tenían las patas más largas que los actuales, adaptadas a la caza en tierra, pero ya disponían de un cuerpo muy similar al de los cocodrilos actuales. Posteriormente fueron adoptando de forma progresiva una vida anfibia, consiguiendo variaciones físicas sobre una constante: el cuerpo típico de los cocodrilos que aún utilizan con éxito hoy en día, convirtiéndoles en predadores formidables.
Los diseños supervivientes a las grandes extinciones, como es el caso de los cocodrilos, son, de todas formas, la excepción a la regla. Porque nuestro mundo se comporta como un ser vivo en constante renovación y eso implica nuevas especies que tomen el relevo.
Hoy la Tierra es un mundo de sofisticados especialistas.
Las comunidades biológicas están formadas por millares de especies, millones de seres vivos que basan sus vidas unos en otros de forma que todos dependen entre sí.
El perezoso de las selvas amazónicas es capaz de sobrevivir en un mundo de cazadores tan efectivos y especializados como son los jaguares. Y si lo consigue es gracias a algo tan sencillo y difícil como poder vivir sin necesidad de bajar al suelo.
El dosel de la selva es el lugar más seguro para criaturas tan lentas como el perezoso. Aquí arriba encuentran comida y han conseguido beber de las hojas y troncos que almacenan el agua de lluvia. Además, sus adaptaciones a la vida arbórea les han llevado a desarrollar un disfraz a base de movimientos lentos y de unas algas verdosas que les tiñen sus pelos pardos. A cambio de tan ajustados cambios fisiológicos los perezosos no pueden huir si les localiza un enemigo y deben vivir siempre cerca de las cecropias de las que se alimenta, de modo que depende estrechamente de la supervivencia de éstos árboles y, en general, de la selva amazónica.
Uniones tan especializadas como la de los perezosos, las algas verde azuladas que viven en sus pelos y algunas especies de árboles amazónicos como las cecropias han funcionado tan bien que se han extendido por todo el mundo. Y esto ha traído una riqueza sin precedentes a la biodiversidad de la Tierra. Las uniones ecológicas han hecho que la vida se diversifique como no lo había hecho en su larga historia evolutiva. Pero este éxito tiene sus riesgos.
Hoy más que nunca comprendemos que cada animal, cada planta, cada factor ambiental, puede influir en la vida de todos los demás miembros de un determinado ecosistema.
Lo mismo que algunas especies sociables han conseguido conquistar infinidad de medios gracias a la especialización de los individuos del grupo en los diferentes trabajos que requiere la sociedad, estos ecosistemas complejos necesitan de los diferentes miembros que lo componen para su óptimo funcionamiento.
Vistos así, los ecosistemas, y el planeta en su conjunto, se comportan como organismos vivos independientes necesitados del trabajo de todas sus células, tejidos, órganos y sistemas orgánicos. Todos son importantes y a partir de un número todos son imprescindibles.
Esta especialización llegó al máximo en las islas que la deriva continental separó del resto de los continentes.
Madagascar fue una de ellas.