La adaptación a una dieta vegetal concreta implica una dependencia del animal a las especies vegetales de las que se alimenta. Eso es exactamente lo que les ocurrió a los lémures en la isla de Madagascar, a solo 400 kilómetros de la costa sudeste de África.
Para mantener los 7.000 kilos que llega a pesar un elefante adulto a base de vegetales, hay que dedicar mucho tiempo a comer y buscar. De hecho las tres cuartas partes de su vida consisten en ello. Un macho grande consume diariamente unos 300 kilos de comida y otros tantos litros de agua.
Por tanto una gran manada debe estar en constante movimiento, porque agotan un lugar en pocas horas.
Sin embargo, gran parte de África les debe mucho a los elefantes, y ello es en gran parte debido a que su sistema digestivo es muy poco eficiente.
De la materia vegetal que consume, casi el 80% vuelve a salir de ellos sin ser apenas digerida. De este modo, los nutrientes que las raíces de los árboles arrancaron en lo profundo de la tierra durante años, regresan a la superficie fertilizándola. Si tenemos en cuenta que un elefante defeca unas treinta veces al día y que esparce unos 275 kilos de estiércol, veremos que no se trata de algo sin importancia.
Además transportan semillas que expulsan muy lejos de donde las ingirieron, y las depositan con su dosis de fertilizante garantizando así su germinación.
Son pues los grandes jardineros de África.
Si los elefantes deben caminar grandes distancias en busca de vegetales, al lado opuesto del planeta hay otra especie a la que tampoco le es fácil conseguirlos.
A veces el problema de un recolector radica en llegar hasta donde crece la comida. Estas iguanas marinas de las Islas Galápagos son reptiles, se les suele llamar “de sangre fría”, pero lo que les ocurre en realidad, es que necesitan del sol para calentar su cuerpo. Una tras otra, regresan para sumergirse en el agua fría, viéndose obligadas a nadar cada vez más lejos para encontrar las praderas de algas más nutritivas.
Sus vidas al filo de la energía juegan con un balance muy ajustado que en cualquier momento puede volverse en su contra. Es el precio que deben pagar por explotar un recurso que nadie les roba.