El mayor recurso económico para los habitantes de la isla de Sulawesi son los palmerales, con ellos fabrican casi todo lo que necesitan.
En las tierras altas de Sulawesi (Indonesia), la isla con forma de orquídea, los campos de arroz están listos para ser cosechados.
Desde hace siglos este es el hogar de los Toraja, un grupo étnico indonesio estructurado en una sociedad muy jerarquizada y regida por los nobles llamados “puangs”.
El arroz es, junto a los cocoteros, la base de su economía aprovechando el mas mínimo pedazo de tierra para cultivarlo. Durante siglos han ido esculpiendo terrazas en los valles y las montañas logrando crear uno de los paisajes mas hermosos del continente asiático. En esta isla la tierra es rica y generosa y en un buen año pueden obtener hasta tres cosechas. Pero este dominio en el cultivo del arroz es relativamente reciente. Antiguamente este pueblo vivía de la caza y de la recolección y sus continuas luchas tribales les obligaban a llevar una vida nómada. Pero con la llegada del imperio holandés, la isla recobró la paz y sus habitantes comenzaron a asentarse y a cultivar la tierra.
Aunque los portugueses fueron los primeros en llegar a la isla en 1512, la supremacía de los holandeses empezó a imponerse a partir del año 1607 cuando Sulawesi se convirtió en una provincia importante de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, una empresa gubernamental cuyo monopolio se extendía desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el estrecho de Magallanes.
Estas compañías fueron creadas en Europa Occidental durante los siglos XVII y XVIII para la explotación del comercio con Asia y las mas importantes disponían de escrituras de constitución concedidas por sus respectivos gobiernos que les autorizaban a adquirir territorios y a ejercer en ellos diferentes funciones de gobierno.
En las tierras bajas de la isla los campos de arroz han dejado paso a los palmerales, el mayor recurso económico de Sulawesi. Esto ha motivado que sus ciudadanos se encuentren entre los más prósperos de Indonesia, especialmente los del norte, donde los cocoteros se mezclan con las plantaciones de café, vainilla y clavo.
Las posibilidades que ofrecen estos árboles a los habitantes de la isla son casi ilimitadas; del coco comen su carne, beben su jugo; con la madera del tronco construyen casas, con las hojas de la palmera fabrican los tejados, hamacas, cestos y cuerdas y con el aceite cocinan, se iluminan por la noche y lo venden a las multinacionales de cosméticos para la fabricación de jabones, perfumes, cremas faciales, lociones hidratantes e incluso nitroglicerina.