Turismo vs Extinción (Parte 1)

Los puntos calientes de biodiversidad son enclaves donde se reúne el mayor porcentaje de especies animales y vegetales de nuestro planeta.

Planet Doc

Vivimos en un mundo de ecología alterada y alarmantes deterioros ambientales. Pero en un momento en el que parecía un proceso irreversible, nuevos vientos de esperanza han comenzado a soplar desde todos los rincones de la Tierra. 

Ahora sabemos que la protección de nuestro medio ambiente, de nuestra ecología, es una tarea global donde todos los seres vivos y su entorno están relacionados. Cada individuo es importante, cada especie es única e irrepetible y cada ecosistema es una complicada estructura que permite la continuidad de la vida.  

La ciencia está demostrando que proteger la biodiversidad es una obligación en la que nos jugamos el futuro de nuestra propia especie. Con ello se ha conseguido que los gobiernos del mundo empiecen a tomarse en serio el medio ambiente de una forma global.

Ya no se trata de proteger únicamente una especie amenazada sino de conservar los denominados “puntos calientes” de biodiversidad, enclaves donde se reúne el mayor porcentaje de especies animales y vegetales de nuestro planeta. Y para determinar éstos santuarios imprescindibles la comunidad científica, las organizaciones no gubernamentales y algunas grandes empresas financieras están, por fin, aunando sus fuerzas.

Organizaciones como Conservación Internacional o el Field Museo de Chicago llevan desde 1.989 organizando lo que denominan RAPs, o Programas de Evaluación Rápida, que muestrean la riqueza biológica de determinadas zonas en peligro para determinar si son puntos calientes que deban protegerse. Paralelamente grandes compañías farmacéuticas están financiando la preservación de zonas de selva tropical para poder investigar en ellas en busca de nuevos fármacos; una bioprospección – como se ha denominado – que convierte la conservación de la selva en un bien rentable para el país que la posea. Las iniciativas se están poniendo en práctica pero para tener éxito deben tener en cuenta el factor tiempo.

Los puntos calientes de biodiversidad son lugares extremadamente frágiles así que en muchos casos, como en el de las islas de evolución independiente, las medidas que hay que tomar para corregir su deterioro no sirven salvo que puedan dar resultados a corto plazo.

En Madagascar, una isla que se independizó del continente africano hace 165 millones de años, el 90% de las especies vegetales y el 83% de las animales son endémicas, es decir, no se pueden encontrar en ninguna otra parte del Mundo. 
Esto les confiere el valor de la singularidad pero las hace muy dependientes de su propio y exclusivo entorno de forma que la pérdida de una sola especie puede desencadenar la desaparición de otras muchas. 
Aquí todo ser vivo es indispensable e insustituible. Y toda forma de vida, por insignificante que parezca, es única e irrepetible.
Estos lugares, esta variedad maravillosa de especies, llegaron a su estado actual en el transcurso de 165 millones de años de evolución en solitario. Y, sin embargo, han bastado los 2.000 años que lleva el hombre en la isla para hacer desaparecer muchas de ellas y hoy, con la destrucción masiva de sus hábitats, podemos acabar con la mayoría de las que quedan en apenas unas décadas.

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