Cuba | Ciénaga de Zapata

Todos los años las lluvias estacionales inundan la ciénaga de Zapata. Las lagunas interiores se llenan de especies que llegan para alimentarse y criar.

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Esta es una época de abundancia y el manglar parece cobrar movimiento por el trasiego de las distintas especies en busca de alimento. Zunzunes y oropéndolas vuelan entre las flores en busca de néctar e insectos mientras en las áreas abiertas de reciente inundación se produce una explosión de vida.

Millones de pequeños invertebrados proliferan entre la vegetación flotante.
Las larvas atraen a los peces y estos a garcillas, garcetas, cormoranes y cigüeñas. 
Con las lluvias millones de mosquitos se desarrollan en el agua pero gran parte de ellos no llegará a adulto, atrapados por los especialistas en andar sobre nenúfares y plantas acuáticas.
Los largos dedos de las jacanas les permiten llegar allí donde haya alguna planta flotante. Ligeras y precisas levantan la vegetación y atrapan a los invertebrados que se esconden bajo ella.
También el calamoncillo americano utiliza la misma técnica aunque en éste caso en vez de invertebrados va a encontrar una sorpresa.

Con el aumento de peces disponibles los cormoranes orejudos se preparan para criar.
Estos cormoranes suelen ser migratorios pero la subespecie floridanus que habita el sur de Florida y el archipiélago cubano se ha hecho sedentaria, tal vez por la constante abundancia que ofrecen los manglares.
En la época de cría los cormoranes orejudos se juntan en colonias que pueden congregar a miles de parejas y hacen sus nidos en tierra o en las ramas de los distintos árboles de la ciénaga.
La elección de las parejas y la concentración de cormoranes en las áreas elegidas para construir los nidos acarrean algunas riñas entre vecinos que no pasan de un alborotado aleteo y unos cuantos gritos.
En esta ocasión la disputa acaba pronto. El chapoteo ha atraído a sombras oscuras bajo el agua y los cormoranes han aprendido a respetar a los tiburones que se adentran en el estuario.

Un manatí recorre las áreas de nueva inundación buscando algas y pastos con los que aplacar su apetito insaciable.
Impulsado por sus extremidades posteriores transformadas en una aleta ancha y plana, el manatí avanza escoltado por un permanente ejército de peces que se alimentan con el limo que levanta el mamífero y las algas y parásitos que cubren su cuerpo. Los manatíes deben consumir diariamente materia vegetal equivalente a una décima parte de su peso , es decir, entre 40 y 70 kilos; algo que equivaldría a ingerir más de 200 lechugas diarias.
Su incesante actividad alimentaria es buena para el manglar porque mantiene abiertos los canales que, de otra forma, se colmatarían de vegetación en pocos meses. Estos pacíficos sirénidos pasan su vida en el agua saliendo a respirar periódicamente. Fue en una de estas pausas respiratorias cuando en 1.492 Cristóbal Colón los vio citándolos por primera vez y confundiéndolos con las sirenas descritas por Herodoto. Hoy las sirenas están desapareciendo. La población de las Indias Occidentales, que comprende a estos manatíes cubanos, no supera los 2.500. Y, por desgracia, cada año el número disminuye.

El mundo del manglar cubano es aún un lugar desconocido que esconde tesoros y descubrimientos biológicos que sorprenderán al mundo; un paraíso olvidado custodiado por un infierno intransitable de laberintos cenagosos, miríadas de mosquitos y peligrosos cocodrilos.
La complejidad de sus criaturas y el equilibrio de sus ecosistemas permanece aún sin que la ciencia haya podido estudiarlos. Y eso es parte del encanto del manglar cubano: saber que sigue como fue en sus orígenes, impenetrable, solitario, virgen. Es un mundo tan complejo que apenas sabemos nada de él; y, sin embargo, toda su fuerza y complejidad, toda su biodiversidad y su riqueza, se deben a unas diminutas e intrépidas viajeras que aún hoy, fieles a su espíritu, siguen emprendiendo anónimos viajes y recorren el mar sembrando paraísos.

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