El gran tiburón blanco, de hasta ocho metros de longitud, acude a su cita anual con las crías de oso marino para aprovechar la oportunidad de lanzar su ataque mortal.
Llegamos a los dominios del gran tiburón blanco, las aguas azul oscuro en las que está a punto de ocurrir el ataque mortal. Los osos marinos notan ya en su interior que se acerca la época de cría. A lo largo de toda la costa del sur de Australia y Tasmania, comienzan a congregarse junto a los lugares adecuados, jugando y nadando con la enorme habilidad que les caracteriza.
Los machos maduros se excitan por días y acotan sus harenes defendiéndolos de los competidores.
Pero es en el agua donde un exceso de alegría puede tener consecuencias fatales. Allí abajo no están solos, el tiburón pronto atacará.
A los tiburones blancos de gran tamaño, les encanta comerse a los osos marinos, tienen carne caliente y roja cubierta de deliciosa grasa, digestiva y limpia.
Los osos marinos no son focas, pertenecen a otra familia, la de los otarios.
Una diferencia es que tienen orejas, y otra también muy evidente es que los otarios usan las aletas traseras para caminar en tierra como cualquier otro mamífero.
Además de los encelados pretendientes, en la colonia han parido las hembras que quedaron preñadas la temporada anterior. Junto a los adultos se pueden ver ya las guarderías de los recién nacidos con pelaje oscuro, que esperan a que sus madres regresen de buscar comida.
Entre las rocas aflora su curiosidad por un mundo recién descubierto, y por esa inmensidad azul que tienen delante. De momento se les permite remojarse en las pozas que deja la marea, pero el mar les llama y su peor enemigo lo sabe.
La agilidad de los otarios adultos buceando, junto con su carácter social, hace que sean presas difíciles de sorprender mientras se encuentren cerca de la costa.
Pero el gran tiburón blanco acude como cada año a su cita con los bebés. Todo lo que tiene que hacer es acercarse a la colonia y esperar una oportunidad.
Desde hace 300 millones de años tienen hambre; ese el tiempo que hace desde que la evolución creó una máquina de matar tan perfecta.
Este ejemplar tiene ocho metros de furia y casi dos mil kilos de talento para cazar. A pesar de ser un pez, su sangre está diez grados centígrados mas caliente que la del agua que le rodea para conseguir mayor rendimiento muscular en el ataque. Detecta los campos eléctricos generados por sus víctimas y posee un sistema de navegación basado en el campo magnético terrestre. Su olfato es infalible, y los músculos que rodean a sus ojos se calientan mas que los demás para que la visión sea optima.
La muerte blanca se cobra su tributo una vez más, tiñendo de rojo el sudario azul del bebé otario.
Los movimientos laterales de la cabeza ayudan a que los dientes aserrados corten la carne lechal como mantequilla.