Adaptaciones: Extinciones Masivas

Desde el origen de la vida los organismos han ido ganando complejidad y se han adaptado a todo tipo de condiciones.

Planet Doc

Al otro lado del mundo, en las selvas que baña el Orinoco, un grupo de hoatzines se alimenta entre las copas de los árboles. 

Como tantas otras especies los hoatzines surgieron como respuesta a la oportunidad de alimentarse y vivir de forma permanente en las copas de los árboles amazónicos. Y como sus antecesores tuvieron tiempo suficiente - un tiempo que geológicamente no es mucho, pero que se mide en millones de años -, surgió esta especie, un ave vinculada vitalmente a los árboles de los que se alimenta; una especialización que permite a los hoatzines alimentarse sin tener que hacer grandes vuelos.

Para los carnívoros, sin embargo, las cosas no son tan fáciles y hay que perseguir a las presas.

Las rapaces se armaron de garras y picos capaces de matar. Tal y como hacían los grandes dinosaurios carnívoros, que ahora sabemos que también tenían plumas, los cazadores del aire necesitaron desarrollar resistencia, rapidez y pericia en el vuelo; todo lo contrario que los tranquilos hoatzines

Allá donde la vida tenía tiempo las especies se adaptaban a todo tipo de condiciones. Y lo siguen haciendo en nuestros días. 

Es un caso sorprendente pero que demuestra la adaptabilidad de las nuevas especies, animales surgidos de millares de pruebas evolutivas en dura competencia con otros animales. Hasta llegar a las actuales gaviotas, capaces de comer casi cualquier cosa y de colonizar cualquier ecosistema de polo a polo, han tenido que sucederse decenas de antecesores que fueron potenciando los rasgos más eficaces para sobrevivir a unas condiciones cada vez más duras. Es una solución opuesta a la de los superespecialistas, animales muy bien adaptados a un medio concreto pero que dependen de él completamente. 

Desde el origen de la vida los organismos han ido ganando complejidad.

Las nuevas especies, los nuevos prototipos de la vida, son más efectivos, más sofisticados y precisos.

Desde que la vida comenzó a devorarse a sí misma, es decir, desde que aparecieron los primeros seres capaces de alimentarse de otros organismos vivos, el mundo se convirtió en un lugar de cazadores y presas.

Armas cada vez más sofisticadas surgieron para la agresión y la huida, para acechar y para esconderse, para capturar a la presa y huir del cazador. No importaba hasta dónde llegaran las nuevas adaptaciones para colonizar nuevos ecosistemas. Allí donde llegaba una presa surgía con el tiempo un cazador. Y matar para sobrevivir se impuso como norma, una ley ineludible a la que todos estamos sometidos ya como verdugos ya como víctimas.

Las focas y lobos marinos aprovecharon los recursos ilimitados de los océanos alimentándose de peces e invertebrados marinos. Pero otros mamíferos fueron más allá y se hicieron cazadores de focas. Estos nuevos cazadores contaban con una estructura social bien desarrollada; un arma formidable que les permitía cazar en grupo. Grandes predadores del mar, como los tiburones, cedieron su puesto en la pirámide trófica. Estos grupos organizados convertían al resto de las criaturas marinas en presas potenciales; y ni siquiera las gigantescas ballenas azules se libraban de su amenaza.

Hoy no hay otro animal en los océanos que pueda competir con una familia de orcas. Al poder del individuo se une el poder del grupo. Trabajo y riesgos compartidos con una recompensa común.

Las orcas son un ejemplo del poder de la evolución y una muestra de sus axiomas. Si no se producen cambios bruscos y de magnitud global las nuevas especies cumplen la teoría de la selección natural. Y el más apto sobrevive.

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