Los cambios paulatinos y las transformaciones progresivas de nuestro mundo, dan tiempo a la evolución para que sus especies se adapten a las nuevas condiciones.
Los sifakas, como todo el grupo de los lémures a los que pertenecen, surgieron en la soledad evolutiva de Madagascar. No existen lémures en ninguna otra parte del mundo ni los ha habido nunca. Y lo mismo les sucede a más de 150.000 especies de plantas y animales exclusivas de esta isla africana.
Los lémures aparecieron después de que Madagascar se separara del continente africano. Son pues un grupo que ha surgido sin la presión evolutiva que supone la competencia con especies continentales.
Pero esta libertad de competencias tiene un riesgo muy alto. Todos los que se desarrollaron en estas islas de evolución dependen estrechamente de sus ecosistemas igualmente exclusivos. Lémures, camaleones, fossas e insectos, geckos, iguanas y las más de 7.300 especies de plantas endémicas son las células del organismo Madagascar, piezas de un conjunto vivo que se necesitan mutuamente.
Y esto afecta por igual a animales y plantas, a grandes y a pequeños, a cazadores y a presas.
Los viajeros de estas islas de evolución independiente nos pueden enseñar mucho sobre cómo la vida se diversifica pero también sobre la fragilidad de la vida sobre la Tierra. Son mundos a escala reducida, ejemplos en los que podemos ver reflejada la suerte de todo el planeta en un periodo de tiempo mucho menor.
Al otro lado del océano Indico una isla mucho más grande conserva especies que nos muestran cómo pudo ser el mundo sin los mamíferos placentarios.
En el interior de sus selvas prehistóricas Australia guarda a los descendientes de la lejana Gondwana, el supercontinente austral que se fragmentó hace cincuenta millones de años.
Este equidna es un representante de un linaje que se quedó anticuado cuando los mamíferos adquirieron la capacidad de desarrollar a sus crías en su interior, librándose así de la fórmula más antigua que era poniendo huevos.
Con los monotremas, que es como se denomina a este grupo de mamíferos ponedores de huevos, Australia guardaba otro tipo de mamíferos: los marsupiales; aquellos que acababan el desarrollo de sus crías en el interior de bolsas o marsupios.
Los marsupiales, y la mayoría de las especies originarias de la lejana Gondwana, habían dejado atrás la competencia continental a la que se enfrentaban las plantas y animales del resto del mundo. Pero también a ellos Australia les iba a someter a duras pruebas.
Cuando Australia se independizó como isla comenzó un lento viaje hacia el norte. Al paso de milenios la isla fue acercándose a latitudes más cálidas y eso supuso progresivos pero contundentes cambios climáticos en su interior.
El calentamiento de aquella joven Australia podría haber sido la causa de una extinción masiva en su interior. Pero el proceso fue tan lento que los animales australianos tuvieron tiempo de adaptarse y evolucionar.
El caso de Australia es un ejemplo perfecto para comprender que en las extinciones masivas que han asolado nuestro planeta hay un factor determinante en función del cual la Tierra, y la vida, tienen capacidad de sobreponerse: el tiempo.
El impacto de un meteorito es una agresión de tal magnitud y rapidez que desencadena la desaparición de millones de especies. Pero los cambios paulatinos, las transformaciones progresivas de nuestro mundo, dan tiempo a la evolución para que sus especies se adapten a las nuevas condiciones. Y esa capacidad ha sido la que ha hecho que, a pesar de las grandes extinciones, la vida se haya recuperado una y otra vez.
Si se le da tiempo a la vida, ésta se muestra adaptable y flexible.