Sonidos de la Tierra, Comunicación entre especies (Parte 4)

Desde el principio de los tiempos los seres vivos aprendieron pronto que los sonidos constituyen un vector de comunicación extraordinario.

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En el interior espeso y oscuro de las selvas húmedas de Sudamérica la vista sirve de muy poco. Salvo los cauces de los ríos, el resto del paisaje se reduce a una maraña de hojas y ramas sin horizonte. Aquí se encuentra uno de los animales que más a adaptado su cuerpo al servicio de su voz, el mono aullador. Los aulladores viven en grupos de 10 a 30 individuos que prácticamente nunca bajan al suelo. Conservan una absoluta paz dentro de sus grupos, no se pelean por copular ni por dominar a los otros, pero sí sienten la necesidad imperiosa de defender un territorio a salvo de incursiones de otros clanes de aulladores. Como la selva es un espacio de tres dimensiones, marcar con olor es muy complicado, y por ello delimitan el territorio a gritos.

Otra manera por la que los sonidos contribuyen a evitar las tensiones acumuladas es frecuentemente practicada en las sociedades humanas.
Se trata del espectáculo. Divertir y entretener es hacer olvidar los problemas durante un tiempo. Se sabe que desde que el humano es tal, existen los cómicos; gente cuya misión es hacer pasar un rato agradable a los demás.
En la complejidad del cerebro humano, estos entretenimientos son de vital importancia. Se ha comprobado que, en condiciones extremas como prisiones o guerras, un simple espectáculo cambia por completo la actitud de las personas ante la vida. 

Como hace con casi todo, el ser humano ha trascendido una vez más el significado biológico de los sonidos para incorporarlos a una dimensión superior a la que ha llamado “música”. La música es uno de los mayores logros de la humanidad, un auténtico lenguaje universal capaz de encoger el corazón o de provocar el estallido del alma.

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